Entre otras manifestaciones normales de la fantasía infantil, algunos niños se crean un amigo imaginario con quien comparten juegos y con el que hablan de los sucesos del día. Puede ser el osito o la muñeca, pero también un personaje totalmente inmaterial.
Estudios realizados en Estados Unidos señalan que los niños en edad preescolar tienen, en algún momento, uno de estos amigos invisibles. Alcanzan su apogeo entre los tres y cinco años (la edad mágica) y desaparecen cuando baja la tensión correspondiente a esa etapa evolutiva.
Cumplen muchas funciones. Por ejemplo, le dan al niño un sentimiento de poder y control; están disponibles cuando no hay con quien jugar y, además, puede echarles la culpa de sus travesuras.
Los niños distinguen bastante bien el carácter imaginarlo de estos personajes, aunque insistan en su existencia real, en el fondo saben que es producto de su fantasía.
Sin burlarse de él. No hay que ridiculizar al pequeño ni decirle que miente sino mostrarse respetuosos. Podemos entrar un poco en el juego pero sin llevarlo demasiado lejos: no es necesario hacerle sentir que nos creemos todo. El sabe que está jugando a como si ese amigo existiese. Establecemos así una complicidad y le permitimos que desarrolle el saludable ejercicio de entrar y salir de la fantasía.
No obstante, si el niño se pasa todo el día sumido en sus fantasías o las vive muy intensamente, podríamos pensar que le cuesta adaptarse a la realidad. Habría que preguntarle qué circunstancias se la hacen desagradable y lo impulsan a refugiarse en un mundo ficticio.
También es importante ayudarlo a asomarse a lo real: enseñarle a hacer cosas (asegurándole algunos éxitos), darle la posibilidad de que se haga de amigos y pasar mucho tiempo con él, jugando, conversando y respondiendo a sus preguntas.
Vía: Crece Bebé
Los amigos imaginarios
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